viernes, 3 de octubre de 2008

ÍNDICE









Final: Con una canción a flor de labios


INTRODUCCIÓN

La profunda sencillez de las canciones de Palito Ortega nos trae ante el filo de luces y sombras que sostiene nuestra libertad personal: donde se decantan y acrisolan nuestros sueños e ideales, y se forja nuestra realidad.
El cielo y la tierra se juntan de veras en este horizonte íntimo: donde Dios nos mira al corazón, y enciende nuestro amor. En el recogimiento de la vida interior -que nace- las emociones se suavizan, los sentimientos se depuran y se afina el pensamiento: atento a la verdad de Dios, que alimenta nuestras almas y guía nuestra inbteligencia como segura verdad: que nos trasciende y nos transforma. Lo propio del ser humano es esta naturalidad para lo sobrenatural: nuestra capacidad de Dios, que nos hace sus amigos en distinto grado -a menudo sin saberlo- en tanto y cuanto su voz nos habla al corazón, y nos ilumina el alma. Todo el bien y la verdad que en efecto alegran y alumbran a nuestro mundo proceden de esta amorosa escucha: que nos humaniza: asegurando la esperanza, y la alegría en el esfuerzo: que nos guían por buen camino. En su paso por la Tierra, Jesús explica lo que implica esta comunicación invisible y esencial, que vino a restaurar. Y cuando nos enseña a orar, en el Padre Nuestro, revela su alcance y su sentido. Declarándose nuestro padre, Dios nos llama hijos: porque así es como Él nos ve y nos quiere desde siempre. Nos creó a su imagen para que, al abrirle las puertas de nuestro corazón, descansemos en el suyo. Y conversemos con Él tan natural y familiarmente como Jesús lo hacía. Desea que, unidos a Él -fortalecido nuestro amor con su amor infinito-, le confiemos simplemente nuestros afanes, haciendo nuestros los suyos: dispuestos a reconocer a cada hombre como hermano; a esforzarnos para superar flaquezas, siempre perdonando y pidiendo perdón; contando con Él para distinguir y amar el bien. Porque el amor divino lo enciende, este vivo diálogo con Dios limpia y profundiza nuestra mirada, y acalla las otras voces que disputan nuestro corazón. Al dejarnos colmar por su amor, recuperamos su semejanza: hasta el punto que –identificados con su Palabra- llegamos a mirar con sus ojos, y nos convertimos realmente en sus hijos. Ésta es la gran buena nueva del Evangelio: donde radica su esplendor y la sagrada misión de la Iglesia. En nuestro mundo, la Eucaristía instala el ámbito del Reino de los Cielos: que es el lugar donde Jesús nos espera, y donde permanece al venir a nuestros altares en cada Misa. Asociando a su Iglesia –cuyas fronteras pasan por nuestros corazones- al sacrificio único del Calvario, a todos nos abre las puertas de su corazón y las del Cielo. En la Cruz, Jesús –como nuevo Adán- asume la vida y el destino de cada hombre, y nos libera para siempre de la muerte, y de la estrechez y dispersión de nuestras miras. La imagen divina de nuestras almas -desactivada por el pecado original- se reactiva, y nos devuelve el horizonte de paz y justicia, pureza y misericordia: que es el lugar de nuestro encuentro personal con Dios y con los hombres: que a cada uno de nosotros nos llama, para que lo recibamos. De la mano del Espíritu Santo, con la mediación de la Santísima Virgen, se completa este prodigio del amor y del poder infinitos de Dios: que suscita nuestra vida interior, nos lleva a la contemplación y nos reconcilia con Él, con nosotros mismos, y entre todos: en tanto su Palabra nos interpela y moldea nuestras vidas. La luz de su Reino -que brilla en nuestras almas- se transfiere al mundo: como levadura en la masa, o semilla pronta a germinar. Para captar –a través de los enfoques de Palito- esta claridad y las notables perspectivas que libera, hemos dispuesto cincuenta canciones en siete secciones con comentarios, y una canción final sin comentarios: que expresa el alma de la obra. Cada parte toma el título de una de las canciones que la forman, que indica su sentido: 1. Yo soy un caminante, sobre las disposiciones interiores del autor, que desde joven lo afianzan en su senda, y determinan su suerte y su canto. 2. Tú y yo, a propósito del matrimonio como vocación, y signo del amor por excelencia. 3. El amor es una canción que no deja de sonar. Como un canto eterno, que sin cesar evoca la armonía original de todas las cosas, el amor de Dios -que todo lo sustenta- enciende nuestro amor, aviva nuestro silencio y nos lleva a la contemplación: desalojando las sombras de nuestros corazones. 4. El camino de la libertad. Al reconocerla con amor y acogerla como propia –pues está grabada como un sello en nuestro corazón-, la Palabra de Dios nos libera del yo cegatón que nos abruma con sus sombras. Por la luz que la verdad divina enciende, la razón entra en razón, y recupera su foco y su rango. 5. Le llaman Jesús. Jesús es la Palabra de Dios, origen y fin de nuestro ser, que se hace hombre y da su vida para entrar en la nuestra: para vivificar nuestras almas con su amoroso sacrificio: que nos hace libres: capaces de amar el bien, y alcanzar la verdad: dándole unidad y plenitud a nuestras vidas. 6. Elevemos un canto hacia el viento nos invita a vivir y a dar a conocer las maravillas de Dios: la fe, el amor y la alegría a las que estamos llamados como hijos de este Padre: que nos abre a cada uno -con toda naturalidad- las más altas perspectivas: que se hacen claras e inagotables. 7. Que Dios te bendiga nos orienta en la búsqueda y el encuentro cotidiano con Dios, personal y concreto. Final - Con una canción a flor de labios - El amanecer de un nuevo día - Convocatoria para buscar a Dios, recono
Cada sección toma su título de una de las canciones que la forman, que indica su sentido:
1. Yo soy un caminante, sobre las disposiciones interiores del autor, que desde joven lo afianzan en su senda, y deter­minan su suerte y su canto.
2. Tú y yo, a propósito del matrimonio como vocación y signo del amor por excelencia.
3. El amor es una canción que no deja de sonar. El amor nos conmueve, nos mueve y nos remueve: como un canto eterno que en nuestro corazón evoca la majestad del bien y de la belleza, y nos lleva al silencio.
4. El camino de la libertad. La Palabra de Dios, que es amor, nos salva de la dispersión por el recogimiento, y libera a nuestra razón de la oscuridad del mundo, que le es refractario.
5. Le llaman Jesús. Jesús es la Palabra de Dios que se hace hombre y da su vida para entrar en la nuestra: para hacernos libres, y efectivamente hermanos a todos los hombres.
6. Elevemos un canto hacia el viento nos invita a vivir y a dar a conocer las maravillas de Dios: la fe, el amor y la alegría a las que estamos llamados como hijos de este Padre.
Final Con una canción a flor de labios: El amanecer de un nuevo día.

1a. Sección - Yo soy un caminante


1a. Sección

Yo soy un caminante, sobre las disposiciones interiores del autor, que desde joven lo afianzan en su senda, y determinan su suerte y su canto.

Siempre al timón de su mundo de sueños e ideales, orienta sus pasos a la luz de una conciencia clara, que atiza su fe y hace elás­ticas sus reacciones.

De aquí brotan, como de una fuente, sus can­cio­nes.



1.1. AUTORRETRATO DE MI VIDA


(Se puede escuchar esta canción, haciendo click sobre el enlace con el botón derecho del mouse para abrir una ventana o pestaña nueva).

Nací un mes de marzo a plena luz,
fui la alegría y la inquietud
de aquel hogar tan pueblerino.

Crecí junto al cañaveral,
calmé mi sed en un manantial,
les di mi canto a los caminos.

Viví entre el defecto y la virtud,
desasosiegos y quietud.
Viví tristezas y alegrías.

Si alguna vez me equivoqué,
no me arrepiento (lamento) porque hoy sé
que ésa es la escuela de la vida.

Pasé de la inocencia al rigor;
de la niñez, sin transición,
a ser un hombre.

Tal vez un día encuentre al niño aquel,
llevando a cuestas su vejez,
quién sabe adónde.

Amé las cosas simples de verdad,
fui aprendiendo a valorar
cada detalle de la vida.

No me lamento de mi ayer,
lo que sufrí ya lo olvidé;
soy el autor de mi alegría.




Del ambiente distendido y agreste donde nació y creció, con sus luces y sombras, pasó en plena adolescen­cia a enfrentar el rigor del mundo a la intemperie.

Por la pureza del corazón ve sus errores, que se convierten en lecciones, y aprende a valorar todo: aun lo que nor­malmente damos por sentado o se nos escapa; de modo que el saldo de sus balan­ces es siempre positivo.

En la aceptación de las dificul­tades se fra­guó su alegría, de la que se siente —por eso— autor.

Esta entereza lo une al niño que fue, a quien recuerda y le parece posible reencontrar realmente, algún día.



(Se puede escuchar esta canción, haciendo click sobre el enlace con el botón derecho del mouse para abrir una ventana o pestaña nueva).



Tengo mi mejor amigo.
Es un hombre muy leal.
Me llevó por buen camino.
Nunca supo hacer el mal.

Él me ha dado todo siempre,
sin pedirme nada.
Cuando niño, siempre él a mí
me hablaba.

Él era mi padre,
mi amigo también.

Hoy es mi mejor amigo.
Yo le quiero agradecer:
Todo lo que soy le debo;
Todo lo aprendí de él.

Padre: quiero que tú sepas
que nunca me olvido
que tú fuiste siempre
mi mejor amigo.




Con la bondad de sus palabras y de su con­ducta, su padre grabó una huella imborrable en su alma.

La riqueza que así le transmitió, invisible a los ojos, constitu­ye su tesoro, lo esencial de su vida.

Aquel padre tan natural en su generosidad tiene un hijo agra­decido, que lo reconoce como su mejor amigo.

Su lealtad moldeó su personalidad, y en la memo­ria da conti­nui­dad al uni­verso del niño y del adul­to.



1.3. POR LLEGAR A TI


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Yo cerré mi puerta una mañana;
mis amigos me vieron partir.
He cruzado montes y quebradas,
y todo por llegar a ti.

Muchas veces me mojó la lluvia,
de los manantiales yo bebí.
Tuve hambre, y fui ladrón un día,
y todo por llegar a ti.

Me hice amigo de la noche,
de los campos y del sol.
En las piedras del camino
hice mi verso mejor.

En mis ojos traigo viento,
y a flor de piel una canción.
He comido fruta de los montes;
a orillas del río me dormí.

Vine andando como un vagabundo,
y todo por llegar a ti.




Deja su hogar y su entorno, con el presentimiento del amor que lo espera lejos.

En el largo trajinar mantiene su franqueza y clari­dad a través de múltiples vicisitudes que lo ponen a prue­ba.

Los traspiés y las caídas no lo apabullan. Reacciona con agilidad, extra­yendo lo mejor de sí mismo para superar las piedras del ca­mino.

Su historia es la de un vagabundo. Pero la fuerza que lo mueve es espiritual: se trasunta en su mirada, y se expresa espontá­nea­mente en canto.




1.4. HOY QUE RECUERDO MI PASADO


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Junté mis cosas una noche
de aquel rincón que fue mi hogar,
les di un abrazo a mis amigos
y después…
con la mañana me eché a andar.

Busqué la luz de los caminos,
donde creció mi dignidad,
y los recuerdos me ayudaron a calmar
noches de frío y soledad.

Salí a buscar mi destino
y luché sin descansar.
Yo tuve a Dios como amigo
en mi largo andar.

Yo fui creciendo como el trigo,
bajo la lluvia, bajo el sol,
y en una esquina de la vida descubrí
toda la magia del amor.

Hoy que recuerdo mi pasado,
junto a los hijos en mi hogar,
le doy las gracias a la vida porque
al fin llegué donde quise llegar.













Sale de su casa con un sueño en el alma, y no lo descuida; no entrega su corazón a nada que lo aparte de él.

En el recogimiento de la vida interior, la razón se inde­pendiza del rigor de las situa­cio­nes y los deseos de su alma iluminan su memoria y sus proyectos.

Su voluntad sustenta esta claridad, y la firmeza que le da a su determinación hace crecer su dignidad: como crece el trigo, bajo la lluvia y bajo el sol.

Así se desarrolla su amistad con Dios, que es quien enciende y alienta los sueños del alma, y dis­pone los acon­tecimientos para que se cumplan.






1.5. NO ME ENCUENTRO


(Se puede escuchar esta canción, haciendo click sobre el enlace con el botón derecho del mouse para abrir una ventana o pestaña nueva).



No me encuentro, no me encuentro.
No me puedo hallar.
Con los ojos de mi alma,
ya no puedo, no puedo mirar.

Soy un pobre vagabundo,
¿Dónde iré a parar?
Pasa el tiempo y no me encuentro,
no me encuentro; no me puedo hallar.

Tengo el alma adormecida
de tanto llorar.
Muchas veces me pregunto,
me pregunto: ¿Dios dónde estará?

Por las noches yo me abrigo
con mi soledad.
Los caminos son testigos:
muchas veces me vieron llorar.

Sabe Dios en qué camino
yo me iré a morir.
Tengo ganas muy cansadas,
muy cansadas, no puedo seguir…

Soy un pobre vagabundo.
¿Dónde iré a parar?
Pasa el tiempo y no me encuentro,
no me encuentro; no me puedo hallar.



Las contradicciones que ponen a prueba sus sueñospersonales le adormecen el alma, y le cuesta mirar con sus ojos.


La sensación de vacío y de oscuridad se pro­duce porque nuestros ojos resisten la infor­mación de los ojos del alma, que desplaza —encaminándola— la propia.

El amor resuelve el conflicto, porque modera la reacción de los sentidos: para que lo invisible informe a la razón sobre las cuestiones que están plan­teadas.





de la conciencia



1.6. YO SOY UN CAMINANTE


(Se puede escuchar esta canción, haciendo click sobre el enlace con el botón derecho del mouse para abrir una ventana o pestaña nueva).



La libertad es mi pan,
los caminos mis canciones.
El viento es mi confidente,
conoce mis ilusiones.

Me gusta andar sin saber
quién me espera en el camino.
Llevo un verano en mi piel;
la lluvia canta conmigo.


A mí me gusta cantar
aunque yo no sea cantor.
Me sale el canto del alma
cuando le canto al amor.

Me gustaría morir
en el campo junto al trigo,
con mis ojos bien cerrados
y que me moje el rocío.





             La libertad lo sustenta porque mira con los ojos del alma, gracias al amor, que lo ata a sus sueños.

 Sus ilusiones son espirituales e intrans­feri­bles. El viento, que disipa sus nubes, es su con­fidente,
 Así avanza con plena confianza: no busca carre­­te­ras trilla­­­­das sino la propia, que se hace canción.

           El futuro no lo inquieta, ni siquiera la muerte. Marcha por un camino soleado, en el que la lluvia se          aso­cia a su canto.

             Ese canto que refleja su andar, se dirige al amor, que lo anima.






1.7. HOY ME DIO POR RECORDAR


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Hoy que se me dio por recordar
aquella casa en el lugar donde nací;
hoy por un instante hasta sentí
esa fragancia del jazmín
de los caminos de mi infancia.

Hoy junto a mi padre yo me vi;
a mi abuelita vi venir con sus consejos.
Hoy… ¡cuántos recuerdos vi pasar!
También he vuelto a recordar
aquel poema de Vallejo:

“Hay golpes en la vida tan fuertes…
¡Yo no sé!
Golpes como del odio de Dios;
como si ante ellos,
la resaca de todo lo sufrido
se empozara en el alma….
¡Yo no sé! …. “

Hoy, que se me dio por recordar
cuántos amigos ya no están: se fueron lejos;
Hoy me puse triste hasta el dolor,
al recordar un viejo amor y el primer beso.

Hoy, ¡cuántos recuerdos vi pasar!
También he vuelto a recordar
aquel poema de Vallejo:

“Hay golpes en la vida tan fuertes…
Golpes como del odio de Dios ….
¡Yo no sé!”



El dolor de las adversidades y frustra­ciones acompaña aquí a una vívida y dulce evocación de la in­fancia, donde apare­cen las figuras paradigmáticas del padre, y de la abuela.

Silenciosa y vertiginosa, la memoria revive e ilu­mina deta­lles, significativos en su enlace.

Lo incomprensible de la muerte y del sufri­miento, presente en la vida de los hombres, proyecta su som­bra lace­ran­te, y en el horizonte vacío des­te­llan las pre­guntas esen­ciales.

El corazón se abre y la mente se expande: la con­ciencia se enciende y se hace relativo el peso de la informa­ción de los sentidos.

Esta capacidad de silencio y de contemplación es la fuente de nues­tra libertad y de nuestra dignidad; que nos hermana.


2a. Sección - Tú y yo

2a. Sección

Tú y yo, a propósito del matrimonio como voca­ción y signo del amor por exce­lencia.

El encuentro con la esposa le llega como una ben­di­ción que consolida sus sueños.

Desde el alma, el amor conyugal promueve una pleni­tud de recipro­cidad y de alegría, en una comunión donde brillan los atributos del amor verda­dero: gene­roso, per­­pe­tuo, fe­cundo.



2.1. PERDONEN LA TRISTEZA

(Se puede escuchar esta canción, haciendo click sobre el enlace con el botón derecho del mouse para abrir una ventana o pestaña nueva).

Perdonen la tristeza.
Perdonen este llanto.
Pero ha sufrido tanto, tanto, mi corazón,
que ya no tengo lágrimas, de tanto que he llorado;
me siento muy cansado, se me duerme el corazón.

Estoy sentado en el rincón más triste de mis días;
me estoy mirando con mis años malgastados,
y pareciera que hoy se vino a posar en mí
toda la amargura del mundo.

Tengo un dolor tan grande
en esta madrugada muerta,
y no sé hasta cuándo voy a seguir así,
a la espera de nadie.
Si por amor he cantado,
por amor he llorado mucho más.

Una lluvia cae lentamente sobre la ciudad.
Se está robando el color de todas las cosas,
y ya me estoy durmiendo sobre mi tristeza.

Por un camino solitario va mi corazón,
descalzo de amor.

Perdonen la tristeza,
perdonen este llanto,
pero ha sufrido tanto, tanto, mi corazón.

Perdón. Perdón por estas lágrimas.
Hoy no puedo evitarlo,
Me siento tan cansado…
Se me duerme el corazón.


Desilusionado y afligido, lo invade una desa­zón que pare­ce ser su única, inexo­rable­ rea­li­dad.
Sin embargo —contra toda apariencia—, la luz no se ha apa­gado: espe­ra encon­trar un amor pro­por­cionado a sus aspira­ciones, que llegue a colmar­las.
Hay una tensión sobrehumana en las para­dójicas imá­genes: la sensibilidad que se rebela no hiere a la vo­lun­tad, que resiste fir­memente. Su espera de na­die es una espe­ra en la que per­severa, a pesar del dolor saturado que le oculta la esperan­za.
El amor —inagotable— inculca la pers­pectiva del ama­­­necer en la noche cerrada: el dolor lo tensa hasta la exas­peración, pero man­tiene su buena fe y gene­­ro­si­dad hasta el fin.




(Se puede escuchar esta canción, haciendo click sobre el enlace con el botón derecho del mouse para abrir una ventana o pestaña nueva).

Nada me hacía feliz; nada me daba alegría.
Yo simple­mente viví mirando pasar la vida.
Pero la luz renació cuando aquel día,
posaste —como un gorrión— tu mano sobre la mía.

Cuando te vi se llenó mi corazón de alegría,
¡porque contigo aprendí mil cosas que no sabía!
Yo que pensaba que nunca llegarías,
de pronto todo cambió como la noche y el día.

Ahora sé que el amor es la razón de la vida.
Hasta que no te encontré, te juro que no sabía
que hasta en las cosas pequeñas hay poesía:
porque se empieza a mirar de otra manera la vida.

Ahora empiezo a sentir que
nuestro amor es el sol res­plandeciendo en primavera;
es el aroma perfumado del cerezo;
es la noche que se adorna con estrellas.
Es el aire. Es el vino.
Nuestro amor es la quietud,
la dulce quietud de un niño dormido.

Ahora empiezo a sentir que todo se justifica;
¡para llegar a tu amor sangré por tantas heridas!
Pero valía la pena, porque el día que te encontré
mi dolor se transformó en alegría.

Los aplausos y el bienestar material que había logrado no lo hacían feliz. La vida le parecía monó­­­tona y vacía.
El sueño central de su alma, que demoraba en rea­li­zarse, opacaba todo como una ilusión contra espe­ranza.
Cuando ella aparece, tan dulce y tan cierta, en ese pa­no­rama de expecta­tivas firmes y difusas, las revela y las colma: como si tuviera nuevos ojos para mirar la vida, se le aclara su sentido y el valor de los detalles.
Porque rebasa lo sensible, el amor genera la con­­fianza sin som­bras del niño que duerme.
Su determinación para no desistir nunca de su ideal ni deva­luarlo transforma lo nega­tivo en posi­tivo: es su mismo dolor que cambia de signo y se con­vierte en alegría.




2.3. TÚ Y YO


(Se puede escuchar esta canción, haciendo click sobre el enlace con el botón derecho del mouse para abrir una ventana o pestaña nueva).


Tú y yo,
nadie más que tú y yo,
con la fuerza de este amor,
vamos por el mundo.

Tú y yo
descubrimos que los dos
muchas veces sin hablar
lo entendemos todo.

Tú y yo,
la alegría de los dos,
no hace falta de explicar;
se nota al mirar.

Yo seré siempre tu alegría,
tú serás la mía;
todo de los dos.

Sólo tú y yo, amor, amor,
iremos por el mundo;
reiremos juntos,
lloraremos juntos,
solos tú y yo.

Ahora son dos para andar juntos por el mundo, para apoyarse mutuamente y compartirlo todo en la unidad creada por la fuerza de su amor.
Nadie puede destruir la alegría de los dos, porque ha ocurrido una au­tén­­­­tica trans­for­ma­ción: su ir solos es un ir siem­­pre el uno en el otro.
Esta comunión total, por el don recíproco, hace diáfana la comunicación, e inefable la alegría que sienten: que es para siempre.




2.4. VEO A DIOS

(Se puede escuchar esta canción, haciendo click sobre el enlace con el botón derecho del mouse para abrir una ventana o pestaña nueva).

En cada hombre que sufre,
en las madres que amamantan,
en la tierra que florece,
en los pájaros que cantan,
veo a Dios.

Veo a Dios
en el beso de una madre,
en el viento, en el agua,
en la sonrisa de un niño,
en la gente enamorada.

Veo a Dios en las cosas
más pequeñas de la vida;
veo a Dios en lo dulce
de tus ojos cuando miras.

Veo a Dios porque vivo
simplemente enamorado;
porque estás siempre a mi lado,
yo veo a Dios.

Veo a Dios
en los montes, en los ríos,
en la calle de nuestra casa;
en la lluvia, en las estrellas,
por los lugares que pasas,
veo a Dios.

Por el influjo de su esposa su percepción se afina y se extiende.
Pero es por la voluntad decidida de su amor, irrevocable, que tiene acceso a ese mundo transfi­gu­rado, donde la evi­den­cia de Dios es cons­tante, aun en el dolor, que —por con­traste— lo revela plena­mente.
Una aspiración tan natural como el amor conyugal alcanza lo sobrenatural a través del yugo —suave— que lo define, que supera lo sensible, y lo convierte en imagen del amor de Dios: que no disminuye nuestra libertad cuando se la ofrendamos, sino que la configura y la impulsa.




2.5. TODAS LAS MAÑANAS LE AGRADEZCO A DIOS

(Se puede escuchar esta canción, haciendo click sobre el enlace con el botón derecho del mouse para abrir una ventana o pestaña nueva).

Todas las mañanas
le agradezco a Dios
porque me acompaña
siempre donde voy,
por donde yo voy.

Porque tengo un beso
en cada despertar;
porque tengo amigos,
porque puedo andar.

Porque tuve fuerzas
para levantarme
cuando me caía.

Porque fuiste guía en
mi oscuridad.

Todas las mañanas
le agradezco a Dios
porque en mi camino
siempre tuve amor.

Sabe que es Dios quien le despeja los caminos y lo ayuda a recorrerlos, haciéndole sentir su inspiración y brin­dán­dole su auxilio hasta el fin, en cada ins­tante de su vida.
Lo reconoce como único sostén de todo: den­tro y fuera de él.
El matrimonio, los amigos, su capacidad de mo­verse y de hacer, el amor que ha disfru­tado siem­pre, sus propias dis­­po­­siciones interiores: todo lo siente como recibido de Dios; no se apropia nada.
Sabe que lo tiene siempre cerca. Y le da gracias cada día, sin demora.




2.6. CONOZCO UNA CASA

(Se puede escuchar esta canción, haciendo click sobre el enlace con el botón derecho del mouse para abrir una ventana o pestaña nueva).

Conozco una casa, muy lejos de aquí.
Cuando estoy en ella me siento feliz.
Dentro de esa casa yo encuentro de todo,
cuando yo sonrío y hasta cuando lloro.

Conozco una casa muy lejos de aquí.
Todo en esa casa parece reír.
No es grande. No hay lujos.
No es una fortuna;
pero no la cambio jamás por ninguna.

Cuando estoy en ella, distinta es mi vida.
Tengo en esa casa mis cosas queridas.
Tengo las mañanas tan llenas de sol,
porque en ella vive mi vida, mi amor.

La paz de su hogar, tan suyo y radiante, surge potente y acaricia­dora en su pensamiento, en cualquier momento y lugar: porque está en el centro de su alma.
En esta casa donde el dolor se alivia y se enjuga el llanto, donde no falta nada y todo adquiere la límpida alegría del amor, hay resonan­cias del cie­lo.
La plenitud que describe, de la intimi­dad colmada, no se compara con nada. No hay lujo ni riqueza que puedan dispu­tarla.


2.7. CANCION DE ENTRE CASA

(Se puede escuchar esta canción, haciendo click sobre el enlace con el botón derecho del mouse para abrir una ventana o pestaña nueva).

Son tres alegrías que andan por la casa.
Son tres inocencias, son tres esperanzas.
Tres gritos me nombran cada vez que llego.
Tres besos que vienen corriendo a mi encuentro.

Son tres que me abrazan. Tirado en el suelo
yo vuelvo a ser niño, inventando juegos.
Cuando yo me muera, me iré murmurando
que gracias a ellos no he vivido en vano.

¡Ay de esa mujer,
madre de los tres
y de mi alegría!

Ella enciende el sol
que nos da el calor
de todos los días.

Ella es como el agua
clara de los ríos.
Es como la tierra
que fecunda el trigo.

Son tres que mañana se irán por el mundo,
cada cual buscando su propio futuro,
y llevarán con ellos por cualquier camino
el amor que siempre ella y yo les dimos.

Los hijos que llegan participan de la dulzura de su casa y la transforman, renovando las prioridades: que se inclinan hacia ellos.
La plasticidad y la firmeza del amor de su esposa iluminan y alegran el ambiente familiar. Cálida y re­fres­­cante, sólida y trans­pa­­rente a la vez, ella es luz y sus­tan­cia del hogar, crea­dora de vida y de unidad.
Cuando sus hijos crezcan serán hombres libres que llevarán grabada en el corazón la huella del amor de sus padres, que será su fortuna.
Por encima de cualquier otra, esta misión com­­partida que es el sueño de su vida, la llena de sen­tido.