5a. Sección
Le llaman Jesús. Jesús es la Palabra de Dios que se hace hombre y da su vida para entrar en la nuestra: para hacernos libres, y efectivamente hermanos a todos los hombres.
Así surge nuestra amistad con
Dios, que hace fácil y fecundo nuestro esfuerzo, y alienta los sueños más
felices, las empresas más difíciles.
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Fue muerto, y crucificado,
y sólo para salvar
al mundo que hoy se olvida
de toda su bondad.
No quiso la violencia.
Él enseñó a querer.
Él predicó justicia, y
hoy se hace todo al revés.
Fue mucho lo que enseñó,
y es poco lo que aprendimos.
Quizás porque nunca vimos
todo lo que Él nos dio.
Él nos marcó el camino
donde encontrar amor,
y hoy sólo se camina
por donde va el dolor.
Al rechazar la Palabra de Dios, el primer hombre y la primera mujer se encontraron de pronto con el espíritu sujeto y dependiente de la materia, lejos de Dios, con la razón en tinieblas, igual que el mundo circundante. El paso de Jesús por la tierra tuvo el efecto contrario.
Porque, siendo un hombre como nosotros, su conciencia es la de Dios mismo —no a su imagen como la nuestra—, la Palabra de Dios surge de su propia fuente en su voz y en sus gestos. Al aceptar la voluntad del Padre, superando toda tentación, hasta la muerte en la Cruz, nos muestra el camino y lo allana.
La razón y el mundo se abren a la luz del bien, que asumido sin fisuras por un corazón humano, se hace posible a los corazones de todos los hombres, sin límites de tiempo ni de espacio, y nos permite alcanzar la verdad.
Con la potencia del increado creador de la vida, Jesús nos devuelve, con su Resurrección y la Eucaristía, el horizonte de paz y de justicia, de pureza y de misericordia, que es lugar de nuestro encuentro personal con Dios y con los hombres, que estaba anulado bajo el dominio de la carne y de los sentidos.
5.2. LE LLAMAN JESÚS
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Hay un hombre que está solo.
Tiene triste la mirada;
con sus manos lastimadas,
que no dejan de sangrar.
Él sembró todas las flores.
Tiene muchos familiares.
Tiene tierras, tiene mares,
pero vive en soledad.
Le llaman Jesús.
Cada vez está más solo.
Sus hermanos lo olvidaron.
Sin querer lo lastimaron,
y hoy se muere de dolor.
Ya cumplió más de mil años
y parece siempre un niño.
A Él, que dio tanto cariño,
hoy le niegan el amor.
Todos presentimos la riqueza que encierra el nombre de Jesús, que nos salva; que está sobre todo nombre; que en occidente divide a la historia en Antes y Después, y la surca desde hace dos mil años con su presencia palpitante, que se manifiesta de lleno en la fiesta del Domingo.
En cada misa lo acompañamos misteriosamente en el Calvario, y de allí se nos llega cada día como pan vivo: que nos comunica su propia vida. Todo lo bueno, bello y noble que hay en los hombres y en el mundo proviene de esa poderosa raíz, pascual, que le devuelve su vitalidad —su coherencia— a lo humano.
Injertándose en nuestras vidas por los sacramentos, a los cristianos nos asocia directamente a su propia misión de informar y de vivificar al mundo en la verdad y en el amor.
Dejarlo solo es la injusticia de las injusticias: salvándola se restablece la justicia.. El desfallecimiento de nuestra visión sobrenatural
y la falta de generosidad de nuestra entrega desvirtúan la esperanza —patrimonio
común de todos los hombres— y hacen recrudecer su dolor cada día...
En lo más íntimo de su vida sacrificada, despojado en nuestras manos, el Hijo del Hombre acompaña —encauzándola— la tragedia humana: en agonía que se alivia cada vez que, unidos a su misterio, aprendemos a mirar con sus ojos, y a llamarlo por su nombre.
5.3. DIOS ESTA TRISTE
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Dios está muy triste.
La culpa es de todos.
¡Dios está muy triste!
¡Se contagia el odio
en los hombres del mundo!
¡Crece día a día la pena, el dolor!
Dios está muy triste.
La culpa es de todos.
¡Necesita el mundo un poco de amor!
¡Que recen todos los hombres del mundo!
¡Que rece el rico! ¡que rece el ciego!
¡Que rece el blanco! ¡que rece el negro!
¡Recemos todos el nombre de Dios!
Dios está muy triste.
La culpa es de todos.
¡Tanta indiferencia y cuánto dolor!
¡Se contagia el odio
en los hombres del mundo!
¡Necesitan todos un poco de amor!
¡Que recen todos los hombres del mundo!
¡Que rece el rico! ¡que rece el ciego!
¡Que rece el blanco! ¡que rece el negro!
¡Recemos todos el nombre de Dios!
Dios, creador del Universo, no es un ser anónimo, desconocido o lejano: el “Padre Nuestro”, que resuena, nos lo recuerda. Esta oración resume el Evangelio, y contiene la totalidad del mensaje divino, declarado a todos los hombres, según la promesa hecha a Abraham.
La tristeza de Dios es la del padre del Hijo Pródigo: que ve nuestro sufrimiento a causa del abandono que hacemos de Él, que nos ha hecho capaces de compartir su mirada y su felicidad infinita.
En Jesucristo, la religión no es una búsqueda de Dios a tientas: es respuesta personal a Dios que se manifiesta, deseoso de transmitirnos la abundancia de su vida. El nos llama y nosotros le respondemos. El nos nombra y nosotros Lo nombramos.
El sacrificio de Cristo tiene el poder de abrirnos el corazón y la mente: porque nos abre las puertas del Cielo, uno a uno. Identificándonos con su Palabra, participamos —como hijos— en la propia visión que tiene Dios de Sí mismo: que es su felicidad y la nuestra.
Reconocer a Dios como Padre providente, que nos brinda un camino seguro y personal que nos devuelve a casa —hermanados— es remedio efectivo contra la indiferencia; diluye el odio y los vanos enfrentamientos, y disminuye las penas de este mundo, acercándolo al querer del Padre.
Todos los hombres de todos los pueblos, en cualquier situación personal, estamos llamados por igual a vivir desde ya una íntima relación filial con nuestro Padre Dios, que en plegaria confiada haga universal la alabanza y la esperanza.
5.4. GENTE SIMPLE
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Los que no deforman las palabras
y se muestran siempre como son;
ésos que no mienten y trabajan,
los que no han perdido la razón.
Gente simple quiero yo,
que en lo simple está el amor.
Muchos viven más de la mentira,
de otra forma no saben vivir,
en un mundo que ellos se inventaron
de donde tienen miedo de salir.
Gente simple quiero yo,
que en lo simple está el amor.
Hoy que a la moral le ponen precio
y es tan desmedida la ambición,
va mi canto a esa gente simple,
a los que defienden el amor.
Gente simple quiero yo,
que en lo simple está el amor.
El amor está en lo simple. La sencillez denota
la unidad de nuestro querer, que se realiza gracias al amor: que hace que la mirada del alma ilumine a la mirada
natural, y nuestras prioridades se establezcan ordenadamente.
Así también tomamos posesión de nuestro
mundo de sueños e ideales. La fortaleza
nos sostiene en cada esfuerzo, que comienzan por el pequeño deber de cada
instante.
No hay dobleces, y las palabras
brillan naturalmente con su valor real.
Cuando
falla el amor la voluntad ya no asiste a la razón, y todo se desdibuja y desmorona.
La felicidad que se busca resulta
ficticia, pasajera. Lejos de ser
expansiva, es causa de males para otros.
Las
palabras dejan de ser elocuentes, los actos no son transparentes ni fecundos, y
los vínculos pierden solidez y fluidez.
Si nos
perdemos por estos caminos tortuosos, el temor de reconocer el bien y la
verdad, y de abrirnos a sus demandas, pone al alma en riesgo de no encontrar
salida.
Sin
embargo, la sinceridad que el amor promueve
lo resuelve todo.
5.5. VAMOS CON ALEGRIA
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¡Vamos!
No tengas miedo
que allá en el cielo
un nuevo sol despierta ya.
¡Vamos!
Que hay un futuro:
también es tuyo,
y por él hay que luchar.
¡Vamos!
Que nuestros hijos
hoy nos reclaman
un mañana sin dolor.
¡Vamos con alegría!
Que nuestra guía
sea una luz de amor.
Vamos con alegría. ¡Vamos!
Que hay mucha gente
indiferente al dolor de los demás.
¡Vamos!
Que hay un camino hacia un destino
de justicia y de paz.
¡Vamos!
Reflexionemos y no dejemos
que nos venza la maldad.
¡Que nuestra guía sea el amor!
La conciencia es el ámbito de la libertad, que enciende en nuestro interior un horizonte de luz que en secreto nos habla de Dios y de nuestro destino. Si nos dejamos iluminar, simplifica y potencia nuestras opciones, y aleja los miedos.
Del mismo modo que los perfiles dorados y translúcidos que bordean las nubes del horizonte cuando amanece indican la presencia del sol que no vemos y anuncian la plenitud del día, este rescoldo interior señala una presencia real y anuncia una plenitud concreta.
Si no lo perdemos de vista, en algún momento descubrimos en este clarear a Cristo mismo, que con su alma consustancialmente unida a la Palabra es modelo de nuestra comunión con Dios, y la fuente de amor por la que se realiza en nuestras almas: de modo consumado en la comunión eucarística.
En cada sagrario el cielo se posa y se abre realmente en la tierra. En forma de pan, Jesucristo nos reúne en la intimidad perfecta de la mirada divina, que le da vida al mundo y a nuestros destinos, “aglutinando” el bien y la verdad.
En su casa terrena, Jesucristo nos escucha y nos habla, alivia nuestras fatigas y remedia nuestras penas, asociándonos a su misión, desterrando miedos y recelos, con la eficacia del Rey, Médico, Maestro y Amigo que nos es.
El trato personal con Él nos familiariza con las vivencias prodigiosas de su alma: su comprensión de cada realidad humana, su afán por comunicarse y cambiarlas; su cariño por las tradiciones de su pueblo, que lo anunciaban y lo anuncian. Y las limitaciones que se imponía y que se impone —por respeto a nuestra libertad, la de cada hombre, que viene a rescatar— para afirmar su presencia únicamente con la grandeza de su amor infinito: que vence al ser inmolado.
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Todos los niños del mundo
un día se juntarán:
declararán su gran guerra
a los mayores de edad.
Y puede ser que así aprendan
cómo se debe pelear.
Ya que les gusta la guerra
tendremos la guerra en paz.
Cargaremos los cañones con
mil flores, ya verán.
Y tiraremos las bombas,
de caramelos y pan.
Con sus aviones de guerra
desde el aire tirarán
semillas sobre los campos
que pronto florecerán.
Un día todos quienes logran mantener
la sencillez de la infancia, o la añoran,
y son por eso capaces de relacionarse como niños con Dios, entenderán la
fuerza prodigiosa que los une, y reconociendo la coherencia y la vitalidad de
la verdad desde su raíz, proclamarán una guerra singular.
Será una
guerra en paz, de milagrosas consecuencias, para enfrentar desde el amor y la esperanza
a quienes, aferrados a sus errores, los promueven sin nostalgia aparente de
inocencia, llamándole bien al mal, y —tanto peor—
mal al bien.
Cada vez
más conscientes de su fuente y de su destino, sujetos a la mano divina que los
sostiene y conduce, convocarán a todos los hombres del mundo a armarse con el coraje de la humildad y de la lucidez. Serán creadores, renovadores. Descubrirán
recursos. No descansarán hasta el triunfo del Amor.
Las flores y semillas que derramarán desde lo alto, y el
bombardeo de dulces y alimentos, despertarán a las almas y a los corazones dormidos
a una nueva realidad, en la cual —por la plenitud de la libertad— el error se
agotará en su propia incoherencia, y cada problema hallará su solución.
De Santa Teresita del Niño Jesús:
Sí, Amado mío, así es como se consumirá mi vida... No tengo otra forma de demostrarte mi amor que arrojando flores, es decir, no dejando escapar ningún pequeño sacrificio, ni una sola mirada,... y haciéndolas por amor...
¿Y de qué servirán Jesús, mis flores y mis cantos?... Sí, lo sé, esos pétalos frágiles y sin valor alguno... te fascinarán. Sí, esas naderías te gustarán y harán sonreír a la Iglesia Triunfante, que recogerá mis flores deshojadas por amor y las pasará por tus divinas manos y luego esa Iglesia del cielo, queriendo jugar con su hijita,..arrojará también ella esas flores..sobre la Iglesia sufriente para apagar sus llamas, y las arrojara también sobre la Iglesia militante para hacerle alcanzar la victoria...¡Jesús mío, te amo! Amo la Iglesia, Mi Madre.
5.7. YO TENGO FE
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Yo tengo fe que todo cambiará,
que triunfará por siempre el amor.
Yo tengo fe que siempre brillará
la luz de la esperanza.
No se apagará jamás.
Yo tengo fe, yo creo en el amor.
Yo tengo fe, también mucha ilusión.
Porque yo sé será una realidad
el mundo de justicia
que ya empieza a despertar.
Yo tengo fe porque
yo creo en Dios.
Yo tengo fe será todo mejor.
Se callarán el odio y el dolor;
la gente nuevamente hablará
de su ilusión.
Yo tengo fe los hombres cantarán
una canción de amor universal;
yo tengo fe será una realidad
el mundo de justicia
que ya empieza a despertar.
Los hombres cantaremos una canción de amor universal, como universal es la palabra de Dios, que canta en nuestro corazón.
El mundo de hoy —que multiplica vertiginosamente el conocimiento, y alcanza verdaderos milagros de producción y de comunicación entre los hombres—, nos ayudará a entender y a asumir el compromiso del bien, a relegar para siempre el lenguaje sin verdad y sin vida que genera confusión y escándalo.
Comprenderemos que nuestra ilusión de paz y de justicia, es manifestación del amor de Dios que nos inspira y nos impulsa. Buscaremos a Dios, lo encontraremos, lo alabaremos y lo adoraremos: como es justo y necesario. Y disfrutaremos sin cesar de su amor paternal.
Combatiendo cada día por el bien y la verdad en el fondo de nuestro corazón, perseverando en la esperanza, un día nos encontraremos todos en el mismo camino.
El amor de Dios se hará patente, y se callarán para siempre el orgullo y el prejuicio, con sus violencias y mentiras, y sus secuelas de incomprensión y de dolor.
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